sábado, 25 de febrero de 2006

Recuerdos de 'Cuéntame'

Querida Mara:

Feliz Navidad. No me he vuelto majara, no me mires así con esos ojos turquesones. Si los escaparates y la publicidad han decidido que ya es primavera contrariando al termómetro, cuando nieva yo puedo volver a poner el abeto y las luces. Es más, incluso saltarme la dieta de pizza y picar un poco de turrón. Cada loco con su tema.

Y hablando de perturbaciones. Esta semana hemos conmemorado, que no celebrado, el cuarto de siglo del fracaso de la intentona golpista del 23-F. Febrero tiene dos fechas marcadas indeleblemente en este país. San Valentín y el recuerdo del asalto al Congreso.

Cada una conserva sus particulares rituales. Cupido, sus rosas, y Tejero, sus frases míticas. Su ‘¡Al suelo todo el mundo!’, pipa y mostacho en ristre, han pasado a la memoria colectiva como las muletillas de Chiquito y el ¡Qué pasa, neng! Perdón por la falta de gracia al citar al chaval de ‘Castefa’. Sus tiros al techo del hemiciclo se conservan como atractivo turístico.

La historia reserva cierta justicia poética para sus protagonistas. No obstante, aún quedan nostálgicos. Sin ir más lejos, el jueves ondeaba en uno de los edificios de Duque de la Victoria una gran bandera del antiguo régimen.

Febrero tiene dos fechas marcadas en este país: San Valentín y el recuerdo del asalto al Congreso


Contándote esta batallita, Mara, te pareceré lo menos, lo menos… más viejo que Los Simpson… No creas. Cinco añitos recién cumplidos. De aquella jornada apenas recuerdo situaciones cotidianas como los nervios en la calle, las caras preocupadas de los mayores que hablaban de cosas que no entendía, la gente arremolinada en los bares frente al televisor, las radios a toda pastilla… poco más. El resto de memoria se confunde con lo aprendido al ir creciendo.

Muchos miraban al Paseo San Isidro esperando ver bajar los tanques de San Quintín. Y a uno, que por aquel entonces le chiflaba jugar con los airgamboys y los clicks de famóbil, le hacía cierta ilu ver en vivo aquellos juguetes tan grandes. Lo mejor, que al día siguiente no hubo cole. Así que aquel señor del bigote y el tricornio acabo apareciéndose a los niños como un Papá Noel de verde oliva.

Dicen que aquella intentona vacunó a la democracia. Así, por fin, en este país una generación crecimos en libertad pensando sólo en La bola de cristal y las trastadas de la Bruja Avería. Con el paso de los años los madelman acabaron en los museos y servidor comprendió que aquellos juguetes de caqui, donde mejor están, es aparcados en el garaje y sin gasolina.

sábado, 18 de febrero de 2006

Hipocondria vital

Querida Mara:

Feliz cumplemeses. Perdona el palabro pero, dado que justamente hoy cumples tu tercer mes entre nosotros, la ocasión lo merece. Seguramente el Diccionario Panhispánico de Dudas nos absolverá la osadía lingüística. Disfrútalo. Sólo se cumplen tres meses una vez. Lo mismo te dirán cuando celebres tu primer aniversario o arribes a la mítica mayoría de edad.

Ufff… Un trimestre entre nosotros. Cosecha de cates y aprobados en los boletines de notas de la vieja escuela… un mundo, Mara. Un mundo contigo.

Ayer, precisamente, te tocó la revisión de los tres meses y, perdona la comparación, la situación me trasladó al concesionario. Mientras que tú aún andas en rodaje, los demás empezamos a renovar la ITV. Hasta cerca de los 30 el cuerpo humano parece en eterna garantía a prueba de bombas y salvajadas. Con el paso de década, cinco minutos robados al sueño nocturno por culpa de Eva Hache o una inocente tertulia te convierten en zombi y los dolores ocasionales anticipan ya algún achaque crónico.

La seguridad obsesiva se ha convertido en la pandemia de esta sociedad hipersana

Ya se sabe que, citando a Twain, la única manera de conservar la salud es comer lo que no quieres, beber lo que no te gusta, y hacer lo que preferirías no hacer. Condiciones que convierten a este preciado bien en mera quimera.

Por supuesto, tu diagnóstico era el previsto: "Sana como un toro". Supongo que el símil taurino sirve hasta que al animal de lidia le presentan al banderillero. En tu caso, basta con contemplar esos mofletones para adivinarlo.

Asepsia global

Tres cosas le pido a la vida, dice la copla. Una de ellas, salud. Deseo éste que en el opulento occidente incluso llega a convertirse en enfermedades tan paradójicas como la vigorexia o la compulsión de quienes convierten sus cocinas en laboratorios bioquímicos.

En nuestra peculiar burbuja aséptica de un mundo pasteurizado y desinfectado, nos transformamos en alérgicos permanentes y el terror no sólo llega de la mano del fanatismo político o religioso. El miedo, en estos últimos meses, tiene alas. Siempre las tuvo, pero ahora con plumas y pico.

La alerta de la gripe aviaria llena portadas y, sin embargo, apenas tiene eco cualquiera de las guerras olvidadas que ha aniquilado a más personas de las que ha contagiado esta nueva amenaza global.

La seguridad obsesiva se ha convertido en la pandemia de esta sociedad hipersana. Nuestros miedos a perder este paraíso aséptico acabarán haciéndonos entregar las llaves de la dorada jaula en la que voluntariamente nos recluimos. Así renunciamos obedientes a derechos y libertades cuando se enciende la alerta roja sin que el acongoje permita el pensamiento crítico. Nos hemos convertido en hipocondriacos de la vida misma, Mara.

sábado, 11 de febrero de 2006

Desconectado

Querida Mara:

¿Cómo ha ido esa semana? Me sigo preguntando qué pensarás desde esa atalaya privilegiada del cochecito de bebé. Algo opinas porque las divertidas muecas de tu cara delatan que ya comienzas a sentir esa necesidad humana de comunicarte. De momento tu máxima expresión se manifiesta en audibles llantos.

Pronto, cuando menos lo pensemos, brotarán palabras de esas cuerdas vocales que se desperezan lentamente. ¿Cuál será la primera? Esperemos que no sea ‘estatut’… Cuidado también con los garabatos que pintes, que no está el horno para bollos.

Este sábado la carta ha estado a punto de naufragar antes de arribar a tan especial buzón radiofónico. Todo porque la pantalla del ordenador se fundió en un intenso negro y ahí sigue, de luto perenne. Ni se inmuta. Pasotismo total. Ni siquiera el rítmico palpitar del cursor. Le ha dado el telele. Orfandad absoluta.

Cuando lo dejé para alimentarme con mis hidratos de rigor, mientras él consumía su habitual dosis de kilovatios, nada presagiaba la tragedia. Nos despedimos, como de costumbre, con esa peculiar musiquilla del Windows y sus pequeñas rutinas informáticas. Al volver, sin causa conocida, estaba caput.

Escribir a mano

Realicé todo tipo de exorcismos y prácticas recomendadas para estas emergencias. Ni se inmutó. Estuve tentado en la solución definitiva que me recomendó más de un amigo entendido en cuestiones de chips, pero hemos compartido demasiados buenos momentos como para practicarle unos mamporros de campeonato. Tentado estuve de lanzarlo por la ventana, eso sí.

Resignado a mi incapacidad manifiesta para revivir al compañero caído, recurrí a los profesionales. A esos seres imbuidos del poder que les concede nuestra ignorancia, los nuevos sacerdotes de esta era de fervor tecnológico y trascendente fe científica.

Su rostro, inmutable. ¿Qué le pasa doctor? Me sentía como un paciente impotente confiando en que las habilidades mágicas del chamán moderno recuperaran mi identidad. Y es que en las tripas virtuales del portátil reside, perdido en la nada del silicio, mi identidad y, cómo no, la intimidad de mi conciencia. Artículos, fotos de entrañables momentos, canciones de la banda sonora de una vida, mis cuentas con Hacienda… el todo sin el que soy nada.

Mi llanto desesperado de poco sirvió para entender el diagnóstico. No se qué de ‘lajuntalatrócola’ y ‘un pastón’… sollozos.

Así que, fiel a mi cita epistolar, aquí me tienes recordando el empleo de esas extrañas herramientas llamadas bolígrafos. Al parecer se sujetan entre los dedos pulgar e índice, sostenidos con la ayuda del callo del anular, y se deslizan sobre la blanca superficie del folio. No me acordaba ya de cómo se hacía esto de escribir. Curioso, aunque debo practicar porque la tinta se malgasta en ilegibles borratajos. Nunca se me dieron bien las manualidades.

Este dramático incidente, sólo comparable a crisis urbanas como el corte del suministro de agua o electricidad me ha enfrentado a lo cruel que puede ser la vuelta a la naturaleza.

Pensarás, junto a los oyentes, que soy un tremendista hipocondríaco. Una prueba, apaguen su ordenador por el corto espacio de 24 horas… se volverán locos… Nada de correos electrónicos ni consultas web o procesadores de texto. Ya me comentarán la experiencia. No me atrevo a proponerles el mismo ejercicio con el móvil. No soy tan sádico.

sábado, 4 de febrero de 2006

Penicilina en masculino

Querida Mara:

Siglo y medio de historia vallisoletana echa el cerrojo. Cuando crezcas un poco más y hayas descubierto tu pequeño universo cotidiano, asumirás inconscientemente que la realidad permanece inalterable salvo matices. Sin embargo, el paso del tiempo te sacará a tortas del engaño.

En el momento en el que alcances la edad de los recuerdos imperecederos ya no quedarán muchas de las cosas que asumiste como eternas cuando diste el salto del gateo al paseo.
El Teatro Pradera de sesión continua, los cines Coca del estreno de Star Wars, La Calleja de noches de cortos y tertulias ni siquiera te sonarán a batallas de la Mili. Y ésta, por suerte, te recordará más a los visigodos.

Los gustos, como las especies , deberían protegerse aunque sea en Parques Naturales


Tampoco estará El Penicilino, que acaba de cerrar sus puertas. Para entonces, probablemente en la fachada del número 5 de la Plaza de la Libertad ya no colgará uno de los más emblemáticos carteles del Valladolid nostálgico, 'Vinos, alcoholes y licores, Juan Martín Calvo'.En este mundo de sabores globales a comida rápida, idénticos en Tokio y en París, perdemos otra sensación del paladar. Los gustos, como las especies en vías de extinción, deberían protegerse aunque sea en Parques Naturales. No sólo se clausura un templo de la melancolía de lo que fuimos sino que ya no servirán esa mítica bebida, El Penicilino, que dio nombre al establecimiento que la servía.

El licor, de fórmula más secreta que la Coca-cola, fue bautizado con tan medicinal apodo por un estudiante que aprovechó la novedosa comercialización del medicamento en el lejano 1940. Ocurrencia que siempre me despertó cierto recelo porque, alérgico como es uno al descubrimiento del doctor Fleming, sospechaba del brebaje de regusto oporteño. Su fiel compañera, la humilde zapatilla, ponía el contrapunto sólido para empapar en el estómago.

En su esquina, la misma desde hace 150 años, la taberna se acabó convirtiendo en museo del que presumir ante las visitas de otras ciudades. La boca del amigo madrileño o valenciano siempre se abría de par en par ante la grandiosidad de sus portentosas tinajas, como frescos costumbristas colgados de las paredes, y su añeja barra.

No podemos permitirnos el lujo de relegar nuestra herencia a postales de tonos sepia

Sus frías mesas de mármol permanecieron mudas, en secreto de confesión, sin revelar las charlas a las que sirvieron de acomodo con el auxilio digestivo de su licor casero. Amores y desengaños, rabietas por cates injustos en la vecina Universidad, sueños de un mejor porvenir, el paso de la carpeta a la corbata, disgustos por el gol que no entró… millones de conversaciones que rondarán por la cantina como psicofonías cotidianas.

Tenemos puesta las esperanzas del nuevo Valladolid que nos viene en los diseños de Bofill y los soterramientos de la alta velocidad. Al futuro, como a los que venís pisándonos los talones, Mara, jamás hay que acotarle el paso pero tampoco podemos permitirnos el lujo de relegar nuestra herencia a postales de tonos sepia.