sábado, 25 de marzo de 2006

Gorgojeos de alto el fuego

Querida Mara:

Cuando un bebé nace, las primeras dudas que nos surgen al común de las gentes consisten en preguntarnos si la calva con la que llega es anticipo de alopecias futuras, si permanecerá ese rubio nórdico o tornará en moreno mediterráneo, si ha nacido el ser humano más bello y portentoso en los milenios precedentes… Esas nebulosas, ya sabes, provocadas por los efectos secundarios del éter hospitalario.

Personalmente, una de mis curiosidades más absurdas era escuchar el timbre de tu voz. Ésta es una cualidad tan personal como el iris de los ojos o las huellas dactilares. También es uno de los rasgos que definen el atractivo. Los llantos prematuros dieron la pista hace algún tiempo, pero nada que ver con ese sonido gorgojeante de las parrafadas incomprendidas que te echas mirándonos.

Te observamos, sonreímos, se nos cae la baba y asentimos sin entender ni papa de lo que nos cuentas. No te preocupes, sucede igual con muchos tertulianos aunque ellos no provocan sonrisas pero sí alguna baba.

André Bretón sentenció que “el pensamiento

y la palabra son sinónimos”


He tratado en vano de recoger testimonio sonoro de tus soliloquios para compartirlos con nuestros amigos epistolares. Te niegas. Es ver la grabadora y cerrarte en banda. Espero que no se deba a una mutación genética de tu generación, fruto de las radiaciones nocivas de tomates, salsas rosas y demás condimentos perniciosos de las televisiones. Que aún eres muy pequeña para propinas.

Así pues no puedo más que intentar describir un timbre sano, divertido, puro y, hasta me atrevo a decir, feliz. Desconozco cuánto tardarás en dominar las cuerdas vocales, como el resto de articulaciones, para empezar a estrenar palabras. Cuando sea el momento, aquí recogeremos el primer diccionario panhispánico de Mara.

La casualidad ha querido que inicies la senda del verbo cuando unos encapuchados obsoletos han declarado un ‘alto el fuego permanente’, que llega tarde, muy tarde. A ellos también habría que abrirles un recopilatorio de términos propios, pero esta noticia, sin duda, ha otorgado mayor intensidad a la luz primaveral que vuelve a acariciarnos con el cambio de estación.

La palabra, querida Mara, es el mayor don de nuestra especie pese a que unos cuantos sean incapaces de emplearla. No en vano, André Bretón sentenció que “el pensamiento y la palabra son sinónimos”. En esta etapa que parece iniciarse hay que empezar a vocalizar.

Confío, para cuando domines el vocabulario, que algunas siglas estén tan apolilladas para tu generación como la lista de los reyes godos. Ahora, entiende estos tímidos atisbos de ilusión que nos rodean. Para quienes nacimos hace tres décadas, la sombra de la víbora ha sido demasiado alargada. Siempre presente. Esperemos que, como dijo Buenafuente en uno de sus monólogos más lúcidos, los tejedores de pasamontañas tengan que ir pensando en la reconversión.

sábado, 11 de marzo de 2006

11-M, Su reflejo en el paisaje

Querida Mara:

Acabo de embutir mis aperos en la sufrida maleta, lista para acompañarme. En breve pisaré el andén, me subiré a mi vagón y buscaré con impaciencia el asiento indicado en el billete. Siempre pienso que me he equivocado de vía, de tren y de destino. Lo mismo que en este deambular existencial llamado vida.

Hasta que el revisor no me lo confirma, soy incapaz de disfrutar del paisaje. Ése es uno de los encantos del tren. Se ha convertido prácticamente, junto a la vespa, en el único medio en el que viajar conserva todo su significado. Mientras pasan los kilómetros, Mara, a buen seguro contemplaré las tonalidades de los campos que tímidamente reverdecen, las gentes con sus quehaceres y los edificios que dejamos atrás.

Aunque, en algún momento, en el cristal de la ventana ellos aparecerán reflejados. No puedo evitarlo, cada vez que subo a un tren les recuerdo. Es algo que sucede a muchos. Permanecerán siempre en las mentes de varias generaciones de españoles. No conocía a ninguno de ellos, pero forman ya parte de mi vida y la de todos. Son 191 nombres que apenas dirían nada si no fueran acompañados de apellidos como Atocha, Santa Eugenia y El Pozo.

Dos años han pasado tan sólo. Hoy se cumplen 24 meses desde aquel infausto 11 de marzo de 2004, que ha teñido de luto, para siempre, las ‘emes’ de ‘marzo’ y ‘Madrid’. En cartas anteriores, querida Mara, me empeño en explicarte cómo funciona este tiovivo y mis porqués para algunas circunstancias. Hoy, te lo confieso, me siento incapaz. Aún adormilado te acomodas en tu asiento, rodeado de las mismas caras cotidianas, pensando en tus cosas y, en un instante, la nada.

De aquella jornada, quienes la sentimos, a kilómetros de distancia, conservamos vivencias, sentidos y sentimientos como la angustia de saber que cinco minutos antes un amigo acababa de cambiar de línea constantemente pendientes del móvil como único hilo de enganche a la esperanza.

Como te decía, dos años. Sólo un puñado de meses y no deja de sorprenderme la capacidad de cicatrización de nuestra sociedad. En aquellos instantes en los que contemplábamos en directo las noticias, llegamos a pensar que el planeta entero había descarrilado. Que nada sería igual.

Probablemente estemos demasiado próximos a tan terrible fecha para medir con seguridad las consecuencias pero, hablando y escuchando en estos días de duelo renovado, da la sensación que aquel 11M perteneció a otro siglo. Todo ha vuelto a la normalidad fagocitado por el día a día como cuando los ríos regresan a su cauce tras desbordarse. Dicen que el tiempo todo lo cura, quizá, en este caso, lo anestesie…

sábado, 4 de marzo de 2006

Oscar, del bostezo a la polémica

Querida Mara:

El ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. El dicho se queda corto y, parafraseando aquella canción de Sabina con la que nos dieron las 10 y las 11 y las 12, tropezamos dos veces y tres y cuatro… hasta la terquedad infinita.

Así pues, en la madrugada del domingo al lunes, como en años pasados acomodaré el sofá para una larga velada bien pertrechado de cafetera y pinchos variados para tragarme la ceremonia de los Oscar. ¿No te suenan? Sí, Mara, ya sabes, la versión americana de los Goya españoles.

Pasarela del glamour para unos, tedio absoluto para muchos. No sé por qué me empeño en infligirme semejante castigo. Semejante maratón de estatuillas aburre al más pintado. Nos lo venden como un espectáculo para cinéfilos pero, qué quieres que te diga, una Academia que le niega el pan y la sal a un dios como Scorsese, espera a ‘El color del dinero’ para premiar a Newman y prefiere los gallitos de Banderas a los acordes de Drexler merece poco crédito.

En estos días en los que se habla más de trapos que de celuloide, sin embargo, la singularidad de las películas candidatas está dando más juego que las ediciones rendidas a la versión para consola de ‘El señor de los anillos’.

‘Brokeback Mountain', la peli de los vaqueros gays que pudimos ver en primicia en Seminci, ha derretido las mentes más pejigueras del líder mundial de las libertades. Fíjate si es potencia en esto, que ha exportado franquicia a Guantánamo, Irak, Afganistán… En fin, que ver a los sucesores de John Wayne dándose el pico en las montañas de los pioneros pues ha provocado más de un patatús. Ya sabes, es más honesto rodar Rambo que una de amor.

Total, que se debe estar armando una buena por EE.UU. Clooney se lanza declarando que su soso Batman era homosexual -eso explica lo de Robin- y a la actriz que comparte pantalla con los cowboys, Michelle Williams, su colegio, la Escuela Cristiana de Santa Fe en San Diego, la ha repudiado por promover, cito, “un estilo de vida que nosotros no aprobamos”. A lo mejor habrían preferido ver a los dos muchachotes partiéndose la cara.

Buenas noches

A todo esto, otra de las nominadas, ‘Buenas noches y Buena suerte’ nos refresca la memoria del macarthismo y la caza de brujas. Viéndola, pegado a la butaca, las décadas parecen haberse congelado. Aquella pesadilla no nos vacunó sino que se ha globalizado. Todo el mundo es sospechoso y el estado de derecho se convierte en un frágil edificio de cristal. Confiemos en que algún periodista recuerde que su profesión va más allá de recoger las declaraciones del político de turno y apueste por objetivar la verdad, si es posible, en estos tiempos inciertos.

Por estos títulos merecería la pena el atracón de palomitas, aunque ¿sabes lo que haré? Si Woody Allen prefiere perder el tiempo machacando su clarinete en un tugurio mientras sus colegas se miran el ombligo, yo me iré a dormir que el lunes es día de escuela. Si me hubieran invitado a una fiesta en la mansión de Jack Nicholson, sería otro cantar.