domingo, 2 de abril de 2006

Terapia horaria


Querida Mara:

Sé que voy con retraso. Abstenerse comentarios maledicentes, estimados amigos epistolares, que la incipiente alergia primaveral me trae más susceptible que sensible. Como decía, llego tarde con el asunto de esta semana. Exactamente unos siete días pero, en ocasiones, las maletas se hacen esperar aún más en los aeropuertos y nos aguantamos estoicamente.

Cualquier avispado de la actualidad, Mara, nos reprocharía tratar el tema hoy y no el pasado sábado pero he demorado esta carta intencionadamente. Lo considero un acto de desobediencia civil. Si ellos -sí, ‘ellos’, con comillas y todo- deciden adelantar el reloj una hora, yo hablo de la cuestión 189 horas tarde. Hala.

Así protesto yo. Cuando ciertos profesionales del sector del transporte montaron una especie de huelga encubierta descolocando los horarios de los pobres usuarios, protesté contundentemente. En vez de un alegre “buenos días”, opté por un lacónico “hola” al subir a sus vehículos. Seguro que esta medida de presión contribuyó de manera decisiva a la resolución del conflicto laboral. Si debían defender sus derechos, estupendo. Huelga, con todas las letras y consecuencias pero nada de medias tintas machacando a los pobres curritos. Que uno va dormido por la mañana, pero no es tonto.

En fin, que me dicen tus sufridos progenitores, tanto el A como el B, que es así como algunos quieren que figuren en el registro civil, que esta mutación horaria, a las dos son las tres, te ha trastocado un pelín y que el insomnio campa por sus respetos. Acabas de nacer y ya te andan regateando el tiempo. Qué estrés.

Hemos creado un club del desconsuelo horario

Te entiendo, no creas. Entre el adelanto de las manecillas y los cambios de presión muchos nos hemos venido arrastrando toda la semana. Por cierto, ¿a qué mente privilegiada se le ocurre cambiar la hora de madrugada? Imagino despertadores sonando en la noche por todo el continente sólo para sincronizar relojes. En plan Equipo A en pijama. Ya podrían cambiarla un lunes en horario de oficina. Seguro que protestábamos menos.

Total, Mara, que he invertido toda la semana en rebuscar mis sesenta minutos desaparecidos en el vacío burocrático. He mirado bajo el felpudo, le pregunté a un hombre de gabardina gris, presenté denuncia en el cuartelillo e incluso pegué carteles en las farolas con sus datos más característicos, segundo a segundo. Ni rastro.

En estas labores, otros se acercaron a mí. Les había ocurrido lo mismo. Así que hemos creado un club del desconsuelo horario con el objetivo de apoyarnos unos a otros. Unos sollozan porque en ese tiempo podrían haber conocido a su media naranja, otros porque habrían conseguido concluir el informe del trabajo y, la mayoría, nos desesperamos ya que en ese ratito naufragó un sueño roto. La terapia va funcionando, creo.

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