sábado, 10 de junio de 2006

Gigantes caídos

Querida Mara:

Un gigante paseó feliz por las calles de Valladolid hace un tiempo. Aún quedaba alguna década para empadronarte. Corrían años asombrosos en los que en Berlín caían muros de la vergüenza, Cela recogía el último Nobel español en la fría Estocolmo, ‘El club de los poetas muertos’ animaba a los corazones adolescentes a pensar que nada era imposible y la mirada de Bette Davis nos abandonaba para siempre.

Mientras pasaba todo aquello por el mundo, a orillas del Pisuerga, 1989 pasaría a la historia por traernos a un gigante con la delicadeza de una frágil bailarina. Los pucelanos alzábamos la cabeza hasta las nubes, de puntillas, para intuir su barbilla. Eso sí, cuidándonos mucho de que, en un descuido, nos pisara con las enormes barcazas que gastaba de zapatos. Todos nos sentíamos orgullosos de contar con un vecino de tal calibre.

Él parecía a gusto, pese a morar tan lejos de su Lituania natal. Se llamaba, se llama, Arvydas Sabonis. 2 metros y 21 centímetros de puro talento y arte bajo la canasta, a un suspiro de la palma de su mano. La ciudad entera rugía maravillada por sus jugadas en la pista, que acabaron llevándonos a las semifinales de la Korac.

Un gigante paseó feliz por las calles
de Valladolid hace un tiempo

No ha sido el único que nos hizo soñar. Por el Pisuerga han pasado otros notables como los míticos Homicius, Tikhonenko o el cañonero imparable, Oscar Schmidt. Sin olvidar a Lavodrama, Hansen, Brabender, Bustos, Bento o ese chico de la cantera, Lalo.

Infinidad de nombres para una historia que arrancó en enero de 1940 y mucho antes en la cantera del emblemático Lourdes, pese a que mi generación apenas conozca al club de baloncesto de Valladolid con otro apelativo que el de Fórum. Esa única palabra se traduce por estos lares como baloncesto.

De estampitas mal pegadas

Ahora, por unas estampitas presuntamente mal pegadas, cromos de mayores, el club ha enfermado. Los más agoreros, Mara, incluso dicen que agoniza. En todo caso, el diagnóstico es grave.

El club se ha quedado sin patrocinador principal y, de no encontrarlo, podría desaparecer. Vaya preocupaciones, me dirás, cuando respiramos contaminación aliñada con una mijita de oxígeno y las fragatas israelíes se dedican a bombardear chiringuitos playeros.

Quizá sólo reste esperar la llegada de un Dimitri Piterman o declararnos ciudad dormitorio

La memoria sentimental hace de las suyas. Son recuerdos de tardes de sábado en la grada o pegados a la puerta del pabellón, sin entrada, sintiendo las vibraciones de los cristales provocadas por el suspiro de alivio ante la salvación del descenso.

Lo más triste, sin embargo, es la escasa capacidad de reacción de las fuerzas vivas pucelanas. Si existen. Padecemos una abulia mesetaria que nos cerró el Teatro Zorrilla, ni se inmuta mientras el Real languidece en Segunda y nuestro baloncesto puede acabar condenado al patio del colegio.

Muchos presumimos de vallisoletanos, pero son pocos los que dan un paso adelante. Tal vez porque los que más tienen, las grandes empresas, sean en su mayor parte foráneas. Lo nuestro no es lo suyo. Quizá sólo reste esperar la llegada de un Dimitri Piterman o declararnos ciudad dormitorio.

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