sábado, 16 de septiembre de 2006

El tornillito

Querida Mara:

El otoño se anuncia, en estas vísperas, con la caída de la hoja en forma de fascículos que tapizan hasta el último rincón de los kioscos. Los colegios abren nuevamente sus puertas para acoger la diáspora de mochilas y uniformes en la vuelta al cole. Así que no podíamos ser menos tú y yo, con los primeros fríos regresa a las ondas nuestra relación epistolar.

Atrás quedan ya los días de playa y montaña, los chiringuitos, el ‘opá’ del Koala e incluso la depresión postvacacional. Del verano tan sólo permanece, inmutable desde hace décadas, el perenne fracaso de la selección de fútbol. Los chicos de la roja no entienden de estaciones. Nos decepcionan por igual independientemente del mes o año. En eso hacen gala de una inalterable regularidad germánica.

Saldada la deuda balompédica estival con esta pullita a la panda de Raúl, en este inicio de curso repetimos buenas intenciones. Cada poco marcamos en el calendario un hito a partir del cual arrancar un nuevo ciclo en el que prometernos retos y deberes. De algunos ya te he hablado en otras cartas. Ya sabes, apuntarnos a gimnasio y academia de idiomas. Los más emocionados hasta se plantean meterse con el chino, la lengua de las próximas décadas -dicen-, cuando apenas se entienden con el ‘on’ del vídeo.

Al calor de la calefacción, próxima a encender calderas, muchos optan por el bricolaje para mejorar la calidez del hogar con esa estantería que necesitan los libros esparcidos por los suelos, el armario empotrado donde archivar bermudas y pareos, una mesa ergonómica para el ordenador… ¡Tantas son las necesidades de la casa moderna! Es una época dorada para ferreterías y grandes almacenes, convertidos en templos de esta creciente afición fomentada por ese ya mítico programa televisivo en el que en dos tardes te construyen una piscina en el jardín o te levantan un rascacielos.
En todas partes cuecen habas,
aunque sean liofilizadas
Esta fiebre, Mara, alcanza incluso a los propios astronautas del Atlantis, que se han echado un paseo para alicatar la Estación Espacial Internacional. Ya sabes, ponerla más mona, que luzca mejor con sus nuevos paneles solares y, así, dar envidia a los tripulantes de cualquier Objeto Volante No Identificado que se acerque por esta parcela del Universo. No veas las luces que tienen preparadas para poner en la fachada durante la próxima Navidad.

Los chicos de la NASA han estado preparándose durante meses para tan delicada misión de bricolaje espacial. Tanto entrenamiento para toparse con el gran enemigo de todo manitas: el tornillo rebelde. En sus operaciones de alta tecnología han acabado perdiendo una arandela, un muelle y una tuerca. Ahora flotan en el vacío. Como para encontrarlos. En la caja del mueble en cuestión siempre acaba faltando algo. Por no mencionar los dichosos planos, que no entiende ni un ingeniero. Queda demostrado.

Entre las bajas se cuenta además una llave inglesa que se partió. Imagina la escena, Mara. Espera que aprieto un poco más. Y, zas, ya se la cargó el listo. Menuda bronca habrán tenido cuando se hayan despojado del traje espacial. Que si torpe, que si no haces caso, que si burro, que si me vuelvo al transbordador espacial de mi madre, que si hazlo tú si eres tan bueno… En todas partes cuecen habas, aunque sean liofilizadas.

Así que, repanchingado en el sofá, contemplo orgulloso las baldas torcidas de mi librería. Es un homenaje a la pericia y arrojo de nuestros osados astronautas. Con ausencia de tornillo incluida. Total, la Torre de Pisa también les quedó un poco inclinada y, ahí la tienes, monumento universal.

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