sábado, 7 de octubre de 2006

Los peligros de la moda


Querida Mara:

Sinceramente, ya te lo había comentado, me tienes perplejo. Pensaba que cuando dabais el salto de la cuna al parqué emprendíais una loca carrera a gatas como quads desbocados por la ciudad. En mi imaginación incluso veía atascos de pequeñajos gateando por la guardería, con la puericultura travestida en agente de tráfico. Supuse también que junto a la cartilla de vacunación, el pediatra adjuntaría el correspondiente carné por puntos.

Nada más lejos de la realidad, al parecer. En cuanto nos despistamos, os erguís para trastabillear y acabar con los riñones de los progenitores. Todo el día agachados para serviros de taca-taca y evitar que metáis dedos en enchufes o juguéis a la caída de la Torre de Babel con el perchero.

Observándote dar tus primeros pasos a buen ritmo, uno -torpón de naturaleza- intuye la grandeza del pequeño milagro evolutivo que supuso para nuestros velludos ancestros dar el salto para caminar a dos patas, ahora llamadas piernas. Mantener la estabilidad con el centro de gravedad tan elevado tiene su complicación.

Así que al ver perder el equilibrio con elegante artificiosidad a una de las modelas que estos días han desfilado en Milán apenas me extrañó. En el mínimo intervalo de un minuto, de un extremo a otro de la pasarela, cayó en dos ocasiones con un juego de tobillos que parecía el Coyote persiguiendo al Correcaminos al borde del precipicio. Los informativos han repetido la escena hasta la saciedad como noticia graciosa entre bronca y bronca del poder judicial. Si ya es complicado combinar ambos pies, que prueben a calzarlos en unos delgados taconazos de aguja de quince centímetros. Tú la entenderás, Mara.

En fin, que el mundo de la moda tiene sus riesgos. Especialmente el de las modas. Ahora que apaga sus focos la Pasarela de Castilla y León, amadrinada por Amaya Arzuaga, conviene alertar. Nada más terrible que convertirse en una fashion victim. Te prevengo ahora, con tiempo, Mara, en previsión de tu adolescencia. Evita clonarte, que es práctica habitual a los 15 uniformarse. Así vemos, especialmente los fines de semana, a hordas de alegres muchachitas vestidas con sus mejores marcas, medio ahorcadas por collarones de perlas de su abuela, taconazos de mamá y muchacho aflequillado, con el cuello del polo al viento, colgado del brazo.

Algunas prendas, como las oscuras golondrinas de Bécquer, acaban volviendo para pesadilla de muchos. Superados los 80, suspiramos aliviados al perder de vista las mallas de lycra bajo las faldas, que ahora regresan traicioneras con el nombre inglés de leggins. Como homenaje a Eva Nasarre, retornaron los calentadores incluso en agosto.

Es sólo un anticipo, un alfiler. Por las noches, me revuelvo, entre pesadilla y pesadilla. No querría asustar desde este púlpito epistolar a la audiencia, pero me temo que sí. El día se acerca. Las hombreras serán las siguientes. Y esta vez no se irán. El primer presagio, el remake de ‘Corrupción en Miami’. Lo juro por Don Johnson.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Simplemente alertar de que la uniformidad, (un mal que no es privativo de este tiempo, dicho sea de paso), lo es tanto en el arreglo, como en el desarreglo; la marca, como la antimarca; el sistema, como el antisistema.

Aborregamiento de uno u otro signo

Fdo: FIGARO