sábado, 11 de noviembre de 2006

Universitarios televisivos

Querida Mara:

Recuerdo unas jornadas fantásticas en el Paraninfo de la Universidad, apenas hace unos años. Prefiero no recordar cuántos para evitar sentirme mayor. Cientos de estudiantes abarrotaban el recinto, sentados en el suelo, empleando carpetas y apuntes como asiento, protegiéndose del frío mármol. La riada humana se desbordaba prácticamente hasta los emblemáticos leones que guardan su fachada desde hace siglos.


Tal expectación no se debía a que regalaran aprobados generales sino que las jóvenes mentes acudían a escuchar las palabras de un maestro. Un hombre, un poeta. A Benedetti -don Mario, querido Mario- la casa del saber le concedía el doctorado ‘honoria causa’ por sus muchos méritos con la palabra y el sentir.

A cambio, el rapsoda uruguayo regaló sus últimos versos a punto de entrar en imprenta. Probablemente aquellos momentos sean uno de los mejores recuerdos de las aulas junto a tertulias, cafelitos, partidas de mus y flechazos en la biblioteca. Por aquella experiencia, sin duda, merecía la pena rascarse del bolsillo las tasas de la matrícula.

Pero los tiempos y las gentes cambian una barbaridad, que decía el otro. Y esta misma semana, zapeando en calidad de yonki herciano, me topé con un programa de vísceras que en su despedida agradecía la presencia entre el público de estudiantes de una universidad privada vallisoletana. La muchachada, al verse en pantalla, jaleó enfervorecida al jefe de pista del circo amarillo. Habían alcanzado su medio segundo de gloria efímera.

La escena me dejó K.O. Lo confieso. No es que piense que los universitarios deban levitar por encima de la realidad en las nubes académicas. Tampoco soporto a quienes citan a Kant para hablar de fútbol o cuelan a traición un logaritmo neperiano. Desde luego, mucho menos pienso que unas generaciones sean superiores a otras.

Sin embargo, uno supone que a los templos del saber acuden gentes ávidas de conocimientos, deseosas de aprender para construir un mundo mejor. Que de las aulas salen seres críticos con la formación adecuada para contribuir al progreso general.

Y, de pronto, descubres que lo que realmente mola es acomodarse en la grada televisiva para asistir al despellejamiento de un loro por varias hienas que, por cierto, acostumbran a presumir de su título periodístico. Patente de corso para enmendar la libertad de información.

Mucho debemos estar metiendo la pata para que quienes concitan la atención de los universitarios sean Cantizano o Mariñas interrogando, con ayuda del polígrafo, a personajes del calibre de Ámbar o Andrés Burguera. Todo esto cuando se cumple el centenario de la concesión del Nobel a Ramón y Cajal.

En fin, Mara, me despediré esta semana tomando prestados unos pensamientos del poeta: “Usted aprende y usa lo aprendido para volverse lentamente sabio, para saber que al fin el mundo es esto: en su mejor momento una nostalgia, en su peor momento un desamparo y siempre, siempre un lío”.

No hay comentarios: