sábado, 11 de febrero de 2006

Desconectado

Querida Mara:

¿Cómo ha ido esa semana? Me sigo preguntando qué pensarás desde esa atalaya privilegiada del cochecito de bebé. Algo opinas porque las divertidas muecas de tu cara delatan que ya comienzas a sentir esa necesidad humana de comunicarte. De momento tu máxima expresión se manifiesta en audibles llantos.

Pronto, cuando menos lo pensemos, brotarán palabras de esas cuerdas vocales que se desperezan lentamente. ¿Cuál será la primera? Esperemos que no sea ‘estatut’… Cuidado también con los garabatos que pintes, que no está el horno para bollos.

Este sábado la carta ha estado a punto de naufragar antes de arribar a tan especial buzón radiofónico. Todo porque la pantalla del ordenador se fundió en un intenso negro y ahí sigue, de luto perenne. Ni se inmuta. Pasotismo total. Ni siquiera el rítmico palpitar del cursor. Le ha dado el telele. Orfandad absoluta.

Cuando lo dejé para alimentarme con mis hidratos de rigor, mientras él consumía su habitual dosis de kilovatios, nada presagiaba la tragedia. Nos despedimos, como de costumbre, con esa peculiar musiquilla del Windows y sus pequeñas rutinas informáticas. Al volver, sin causa conocida, estaba caput.

Escribir a mano

Realicé todo tipo de exorcismos y prácticas recomendadas para estas emergencias. Ni se inmutó. Estuve tentado en la solución definitiva que me recomendó más de un amigo entendido en cuestiones de chips, pero hemos compartido demasiados buenos momentos como para practicarle unos mamporros de campeonato. Tentado estuve de lanzarlo por la ventana, eso sí.

Resignado a mi incapacidad manifiesta para revivir al compañero caído, recurrí a los profesionales. A esos seres imbuidos del poder que les concede nuestra ignorancia, los nuevos sacerdotes de esta era de fervor tecnológico y trascendente fe científica.

Su rostro, inmutable. ¿Qué le pasa doctor? Me sentía como un paciente impotente confiando en que las habilidades mágicas del chamán moderno recuperaran mi identidad. Y es que en las tripas virtuales del portátil reside, perdido en la nada del silicio, mi identidad y, cómo no, la intimidad de mi conciencia. Artículos, fotos de entrañables momentos, canciones de la banda sonora de una vida, mis cuentas con Hacienda… el todo sin el que soy nada.

Mi llanto desesperado de poco sirvió para entender el diagnóstico. No se qué de ‘lajuntalatrócola’ y ‘un pastón’… sollozos.

Así que, fiel a mi cita epistolar, aquí me tienes recordando el empleo de esas extrañas herramientas llamadas bolígrafos. Al parecer se sujetan entre los dedos pulgar e índice, sostenidos con la ayuda del callo del anular, y se deslizan sobre la blanca superficie del folio. No me acordaba ya de cómo se hacía esto de escribir. Curioso, aunque debo practicar porque la tinta se malgasta en ilegibles borratajos. Nunca se me dieron bien las manualidades.

Este dramático incidente, sólo comparable a crisis urbanas como el corte del suministro de agua o electricidad me ha enfrentado a lo cruel que puede ser la vuelta a la naturaleza.

Pensarás, junto a los oyentes, que soy un tremendista hipocondríaco. Una prueba, apaguen su ordenador por el corto espacio de 24 horas… se volverán locos… Nada de correos electrónicos ni consultas web o procesadores de texto. Ya me comentarán la experiencia. No me atrevo a proponerles el mismo ejercicio con el móvil. No soy tan sádico.

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