sábado, 11 de marzo de 2006

11-M, Su reflejo en el paisaje

Querida Mara:

Acabo de embutir mis aperos en la sufrida maleta, lista para acompañarme. En breve pisaré el andén, me subiré a mi vagón y buscaré con impaciencia el asiento indicado en el billete. Siempre pienso que me he equivocado de vía, de tren y de destino. Lo mismo que en este deambular existencial llamado vida.

Hasta que el revisor no me lo confirma, soy incapaz de disfrutar del paisaje. Ése es uno de los encantos del tren. Se ha convertido prácticamente, junto a la vespa, en el único medio en el que viajar conserva todo su significado. Mientras pasan los kilómetros, Mara, a buen seguro contemplaré las tonalidades de los campos que tímidamente reverdecen, las gentes con sus quehaceres y los edificios que dejamos atrás.

Aunque, en algún momento, en el cristal de la ventana ellos aparecerán reflejados. No puedo evitarlo, cada vez que subo a un tren les recuerdo. Es algo que sucede a muchos. Permanecerán siempre en las mentes de varias generaciones de españoles. No conocía a ninguno de ellos, pero forman ya parte de mi vida y la de todos. Son 191 nombres que apenas dirían nada si no fueran acompañados de apellidos como Atocha, Santa Eugenia y El Pozo.

Dos años han pasado tan sólo. Hoy se cumplen 24 meses desde aquel infausto 11 de marzo de 2004, que ha teñido de luto, para siempre, las ‘emes’ de ‘marzo’ y ‘Madrid’. En cartas anteriores, querida Mara, me empeño en explicarte cómo funciona este tiovivo y mis porqués para algunas circunstancias. Hoy, te lo confieso, me siento incapaz. Aún adormilado te acomodas en tu asiento, rodeado de las mismas caras cotidianas, pensando en tus cosas y, en un instante, la nada.

De aquella jornada, quienes la sentimos, a kilómetros de distancia, conservamos vivencias, sentidos y sentimientos como la angustia de saber que cinco minutos antes un amigo acababa de cambiar de línea constantemente pendientes del móvil como único hilo de enganche a la esperanza.

Como te decía, dos años. Sólo un puñado de meses y no deja de sorprenderme la capacidad de cicatrización de nuestra sociedad. En aquellos instantes en los que contemplábamos en directo las noticias, llegamos a pensar que el planeta entero había descarrilado. Que nada sería igual.

Probablemente estemos demasiado próximos a tan terrible fecha para medir con seguridad las consecuencias pero, hablando y escuchando en estos días de duelo renovado, da la sensación que aquel 11M perteneció a otro siglo. Todo ha vuelto a la normalidad fagocitado por el día a día como cuando los ríos regresan a su cauce tras desbordarse. Dicen que el tiempo todo lo cura, quizá, en este caso, lo anestesie…

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