Unos dicen que nació en Génova. Otros apuestan por la conexión lusitana o catalana. Incluso los más imaginativos han fantaseado con la posibilidad de que el navegante por excelencia, Cristóbal Colón, primero hubiera hecho el viaje al revés, cruzado el charco en esta dirección, para llevarnos de regreso a su hogar. Es decir, que el Almirante fuera americano. Claro, así está chupada su epopeya. Espérate, porque aún algún intrépido le atribuirá origen extraterrestre o mostrará evidencias fotográficas de su retiro junto a Elvis en algún rincón del Índico. Permanece atenta a Milenio Tres.

De ahí, querida Mara, tanto jaleo de escenarios y gradas en nuestra habitualmente apacible Plaza Mayor. Para recordar un glorioso pasado en el que a orillas del Pisuerga nacían reyes, no se ponía el sol y provocábamos terribles jaquecas en las coronadas seseras de los emperadores. Por esas cosas, has nacido en una ciudad con mucha historia.
Y de ella debemos aprender. No sólo para admirar con nostalgia las hazañas del pasado sino para tomar el impulso necesario con el que construir un mejor futuro gracias a los mimbres que hemos heredado.
Vale. Ya sé que tú, a tus seis meses recién cumplidos, ya sabes coger las tazas por el asa. Que sólo te falta alzar el meñique cual lord inglés. Como lo hagas, prometo arrancar nuestra próxima carta con un sentido ‘Querida Camila’.
Esta Castilla haría bien en echarse a la mar, aunque sea de trigales
Ahora, anunciados tus conocimientos de etiqueta, ponte en el pellejo de nuestros antepasados. En mitad de la meseta, donde la aventura de cada jornada era llenar el estómago, y que te plantean subirte a una cáscara de nuez en busca de un paraíso de casas de oro y ríos de miel. Más o menos como que te inviten a llegar a Marte en seiscientos.
De aquella gesta, que dirían los antiguos, resultó de todo. Maravillas y desastres. Así somos los humanos, que se encogía aquel de hombros. De todas estas celebracio

Colón, querida Mara, no tornó la vista a Palos sino que escrutó el horizonte en busca de la orilla soñada entre tanto cálculo cartográfico. Quienes, quinientos años después, recordamos sus luces y sombras algo deberíamos aprender. No sólo de aquel marino extravagante sino de quienes le apoyaron y acompañaron. Esta Castilla haría bien en dejar de mirar a su alrededor, secar las lágrimas por las almenas derrumbadas, redescubrirse a sí misma, levantar un proyecto que sume voluntades e ilusiones y echarse a la mar, aunque sea de trigales. En salud del Almirante.
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