domingo, 15 de octubre de 2006

Pa-ta-ta


Querida Mara:

La sonrisa como la fantasía parece condenada en muchos de nosotros a desaparecer con la caída de los primeros dientes de leche. La causa de su extinción tal vez se deba a la vergüenza de mostrar una boca diezmada. Quizá el Ratoncito Pérez no sea tan buena gente como pensábamos y nos permute la inocente leche de nuestros tiernos molares por la mala ídem que nos acompañará hasta que el odontólogo nos los cambie por otros artificiales.

En general, una cara sonriente genera reticencias. En el autobús de la hora punta, apretados como mejillones enlatados, un tipo con semejante gesto ufano despierta sospechas. Muchos tratarán de esquivarle la mirada por si se trata de un psicópata. Otros le retarán en un particular duelo visual. Como preguntándole, ¿tú de qué te ríes, so merluzo? Acto seguido se mirarán disimuladamente la bragueta. La mayoría pensará que algo se ha metido. Que nadie va tan feliz a las ocho de la mañana. En la siguiente parada le esperará la unidad de emergencias psiquiátricas urbanas para aplicarle un reparador electroshock.

Si te acercas sonriente a la correspondiente ventanilla, el funcionario o el empleado de banca sospechan. Con razón. Seguro que viene a atracar. Y si el inspector de Hacienda nos saluda con amabilidad, escrutamos el brillo de su pupila temiendo que nos la vaya a meter doblada. Cuando alguien es simpático, inmediatamente nos preguntamos qué quiere vendernos aunque sea nuestro abuelo dándonos la propina. Aquí ya no sonríe ni Supernany.

Vivimos crispados. He podido comprobarlo, más bien reafirmarme en esta opinión, en un reciente viaje en tren. El hábitat controlado para el experimento era agradable. Vagones de este siglo y no de la postguerra, como en otros recorridos, revisores amables, temperatura racional, buen servicio de cafetería y un paisaje moderadamente entretenido. Incluso nos deleitaban con películas decentes cuyos diálogos podían escucharse perfectamente en los cascos gratuitos.

Sin embargo, ya en el andén, empujones para subir antes que nadie, codazos para colocar nuestra maleta mejor que el vecino, gritos por estorbar un anciano en el pasillo, broncas para que ni se te ocurra estirar la pierna, ocupación a codazos el reposabrazos… Vamos, que más que un TALGO recordaba a la Polonia de entreguerras o ciertas tertulias sobre el ácido bórico. La única sonrisa, cuando un pobre incauto, cargado de bultos, descubría aterrorizado que se había equivocado de vagón. “Este es el 8 y el suyo es el 1… Va a tener que cruzarse enterito el tren”, le socorría algún samaritano con cara de hada madrastra.

Al final va a ser cierto ese manido latiguillo de la jungla urbana. En el asfalto los demás se nos antojan rivales, invasores de nuestro propio espacio. Enemigos en potencia dispuestos a robarnos el sitio para aparcar, colarse en la panadería o apropiarse del único columpio libre del parque. Al igual que otros depredadores nos rugimos a la mínima, por si acaso. Cualquier día acabaremos marcando nuestro territorio levantando la patita por la calle.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy acertada tu columna de esta semana. Comparto en buena medida tu idea de que vivimos en una Sociedad avinagrada, en la que cualquier manifestación de naturalidad, espontaneidad o simpatía es puesta bajo sospecha,porque no encaja con estos tiempos que corren en los que lo que se estila es tener cara y actitud de mala leche.

Sin embargo, soy más pesimista que tú.

Es cierto que vivimos "crispados". el 11-M nos cambió a muchos, y lo hizo a mucho peor. Y ese estado de ánimo plomizo ha descendido de lo político, de lo ideologico, a lo cotidiano, enturbiando y haciendo más difícil nuestra convivencia en casa, en el trabajo, en nuestro círculo de amistades. El tono de nuestras discusiones se ha vuelto más agrio. Y nuestro umbral de tolerancia ha descendido a cotas que nos llevan a dsepreciar literalmente a quienes cuestionan nuestras posiciones dogmáticas, copiadas y pegadas de los canales mediáticos que cada cual de nosotros frecuentamos.

Pero yo voy más allá. Cuando hablas de crispación, te refieres a un estado de ánimo muy actual, pero circunstancial ( y que yo asocio muy directamente con el 11-M ).

Pero mucho antes de que "la crispación" entrara en escena, ya nos despeñábamos por la cuesta de la insensibilidad. Y ello entronca directamente con los valores que le inculcamos a Mara: vaciedad, superficialidad, individualismo,... Valores, todos ellos, que nos convierten en seres insensibles, egoistas y acomplejados.

¿Alguna idea?

Figaro.