sábado, 10 de diciembre de 2005

Fichada

Querida Mara:

Ya estás fichada. Enhorabuena. No. No se preocupen. No nos hallamos ante un pequeño delincuente de apenas un mes de vida. El Torete y El Vaquilla pueden estar tranquilos. Sus récords están a salvo.

Quien dice fichada, dice con papeles. Regularizada, vamos. Como los demás. Sus datos ya figuran en el pertinente registro, en el correspondiente libro de familia… archivada para siempre en los armarios burocráticos de la trinidad administrativa: estado, comunidad autónoma y municipio.

Tan diminuta y ya fichada. Exagerando, algún burócrata confesional, incluso se atreverá a afirmar que ya eres persona. Ni partos ni bautizos. La personalidad la marca el registro civil.

Así, Mara, has comenzado una carrera sin fin por la senda de los trámites y los censos. No es lo peor. Después de las administraciones llegará el colegio, la universidad… pequeños pasitos que naturalmente te conducirán a otros mayores. Tu primera visita al dentista, tu primera tarjeta de débito o crédito, según la generosidad paterna, tu primera cuenta gratuita de correo electrónico… con el paso del tiempo, sin comerlo ni beberlo, acabarás engrosando una lista interminable de bases de datos que contendrán tu biografía completa.

Imposible escapar a la jaula de oro que nos garantiza seguridad y bienestar en el consumo. En un sintético vistazo a las conquistas sociales, pasamos del súbdito de la monarquía absoluta al ciudadano de la monarquía parlamentaria hasta alcanzar la categoría de consumidor para, después de todo, acabar en vulgares bits de una base de datos.

En eso hemos acabado convertidos. Nos creemos anónimos en la masa y, sin embargo, basta pulsar un botón para que ese gran hermano que ha acabado haciéndose carne sepa nuestro número de caries o la cantidad de colesterol que nos embutimos el otro día simplemente echando un vistazo a la visa.

Así es el mundo al que has llegado, Mara, y me temo que va a más. Un planeta paranoico en el que primero se dispara y luego se pregunta. Ahora en los aeropuertos se acribilla a los enfermos bipolares y en el metro te dejan clavado en el asiento de un tiro en la cabeza por tu seguridad y la de todos.

Pues este es el mundo de primera clase, el que celebra, hoy mismo, 10 de diciembre, el nosécuantos aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Más bien deberíamos llorar su defunción cuando la primera potencia, la de la estatua de la libertad hasta en la sopa, parece haberse convertido en tour operador de vuelos de la tortura. Su lema, recurriendo a los Celtas Cortos, bien podría ser ¡Haz turismo invadiendo un país!

Ya ves aquí asustándote con el coco del gran hermano. El de la Milá, no. El otro, el de Welles y miles de personas dejándose el pellejo a tiras en la valla espinada de Melilla con tal de llevar un papelajo en el bolsillo que les acredite como personas. Y, mientras, otros, que no sabemos lo que tenemos, con el carné caducado tres años en la cartera.

Ese cartón plastificado nos sitúa, querida Mara, en un lado u otro del precipicio. Marca la diferencia entre morirse de hambre o de obesidad. Un besito y, ojala, mis cartas no te den pesadillas, que luego me riñen. Perdona el bajón, pero los cumpleaños me ponen así.

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