sábado, 17 de diciembre de 2005

Menos humos

Querida Mara:

Mañana cumples un mes en este mundo de locos. Justo un mes. 30 días. 720 horas… 43.200 minutos… 2.592.000 segundos … y nos ahorramos los detalles en milésimas… Manía empirista ésta que, tras los datos objetivos, muchas veces no nos deja ver el bosque de la vida, de lo importante.

Un mes resulta insignificante para el devenir de este planeta con tantos millones de años rodando por el Universo. Sin embargo, para las hormiguitas que lo habitamos es mucho. Aún más para ti, aunque apenas seas consciente de los cambios. En este tiempo, ya ves, has pasado del letargo constante a la absoluta curiosidad por todo cuanto te rodea aunque sea en forma de colores y bultos.

Cuando crezcas, descubrirás que sólo en un mes llegarás a enamorarte, desenamorarte y volver a enamorarte… que una simple mirada en la biblioteca, apenas centésimas de segundo, acelerará tu ritmo cardiaco… una casualidad bastará para cambiar tu destino… conocerás nuevas ciudades y literaturas o, simplemente, te engancharás a la última serie de TV. Eso sí, también te será revelado que un mes no basta para que te instalen el ADSL. Es algo inversamente proporcional. Cuanta mayor velocidad alcanza el ancho de banda, más tarda la instalación.

Fíjate cómo pasa el tiempo. Cuando cumplas tu segundo mes… habrá menos malos humos en este país, estatuts aparte. Esta semana el Congreso ha aprobado la conocida ley antitabaco, que entrará en vigor a principios de enero. No te habrás enterado porque estás a tus cosas, tus tomas, tus siestas, tus gases…

Pues, oye, una norma tan lógica ha dividido el país en dos. Ya verás. Media España siempre opina lo contrario de lo que piense la otra mitad. El fumeque está tan instalado en nuestras costumbres que lo más normal, como defender el derecho a que no alguien te eche el humo en la cara, llega a compararse con el aparheit.

Siempre pregunto si molesta, alegaba el otro día un encuestado en las noticias. Bien, eso servirá también de excusa a quien le apetezca echarme un escupitajo o cualquier otra clase de esputo. Le estaré eternamente agradecido por su cortesía protocolaria.

La norma no ha de perseguir los vicios de cada cual, por nocivos que sean para sí mismo. Esto abriría la espita de un debate mayor que no toca en tan poco tiempo, pero sí debe garantizar la misma libertad de quienes ignoramos el placer de la inhalación compulsiva del monóxido de carbono ajeno. Manías, ya sabes.

Será un placer saborear un café sin que el regusto amargo del tabaco se confunda con el azúcar moreno o que los ojos no se agrieten enrojecidos por ese humillo noctámbulo. Por no hablar de las cafeterías vetadas a embarazadas y bebés en las que, sin el más mínimo pudor, se enciende esa bomba de nicotina y cáncer. ¿Acaso eso no es discriminación?

También serán muchas las novias que agradecerán que, cuando rememoren el día de su boda contemplando el carísimo vestido, el único recuerdo que les llegue sea el tufo del puro del cuñado. Y, ya que el trabajar perjudica seriamente la salud, al menos que nos deje los pulmones tranquilos el vecino de la mesa de al lado.

Cambiar costumbres tan atávicas es complicado, pero quizá, Mara, cuando crezcas lo anormal no será respirar un aire un poco más puro. Y, por las bodas, no te preocupes, que siempre nos quedará Paquito el chocolatero.

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