sábado, 3 de diciembre de 2005

La primera carta

Querida Mara:

Hace dos semanas que estás entre nosotros y, debo confesártelo, me tienes despistado. El color de tus ojos anda pendiente de definición y me tienes igual de confuso que los canales nuevos de la Televisión Digital Terrestre que nos acaba de caer sobre las antenas. Dicen que el gris azulado de tu mirada es de lactante. Y me pregunto yo, ¿es que la leche materna se concentra en el iris y no en el estómago?

Por otra parte, me han comentado también que, aunque observes atentamente todo cuanto te rodea, como mucho ves formas borrosas con menos resolución que el Plus codificado. Hasta los tres meses, nada. Van y lo sueltan tan tranquilos. Qué quieres que te diga, Mara, a mí ese dato me agobia y comprendería que tu desasosiego no se debiera tanto a los gases de las digestiones como a que aún andas preguntándote dónde demonios estás y de dónde vienen esas voces.

Por lo menos no tienes que aguantar el encendido de luces navideñas casi un mes antes. A este paso, la estrella de Belén alumbrará a los bañistas en agosto. Imagínate a los Reyes Magos vestidos de vigilantes de la playa. En vez de mirra, flotadores.

Que, por cierto, también recomiendan que te hablemos como a una persona adulta y nos olvidemos del 'gugutata' y poner vocecitas de duende. Vale, quedan aparcadas. Pero me niego a amargarte la infancia hablándote de acciones, burbujas inmobiliarias o el Estatut. Eso lo dejo para los Hermanos Grimm.

Como ves, no cesas de darme lecciones. Tendría que ser al revés pero, no. Entre todo lo que estoy aprendiendo de ti en estos primeros días, algo que dice tu madre se me ha quedado grabado. Estamos conociéndonos. ¿Puede haber algo más emocionante?

Ése es un privilegio del que los siglos de machismo nos han privado a los hombres. Ahora, el ministro de Trabajo, Caldera, promete dar una semana para que los padres puedan compartir tareas con su pareja y, lo más importante, conocerse a sí mismos y a su bebé. Ya era hora.

Pocos son aún los que se atreven a solicitar los dos meses de baja paterna para compartir experiencias con sus hijos recién nacidos. Entre las muchas causas, la más preocupante es el prejuicio que estos padres sufren en sus carnes.

Algunas empresas aún miran con recelo a sus trabajadoras por temor a la maternidad y el descenso de productividad. Lo mismo ocurre cuando un varón decide disfrutar de ese derecho. Las consecuencias, aún cotidianas, son malas caras y la marginación por esnobs. Incluso se da la paradoja de que compañías que dan pagas extras a sus empleados por casarse y formar una familia, acaban despidiéndoles si él solicita el permiso de paternidad. Familia, sí, pero el hombre llevando el sueldo y la mujer en la cocina.

Triste, pero cierto. Así que muchos renuncian a un momento tan mágico en la vida por miedo a verse en la cola del paro con el cochecito del bebé. Tiene razón una amiga, cuya voz te será muy familiar. La mejor manera de acabar equiparando ambos sexos es la obligatoriedad de la baja para ambos. Así quizá, Mara, acabemos entendiendo por qué nos decís que aún queda mucho trecho para que hombres y mujeres seamos iguales. Cuando sintamos el miedo al despido por algo tan natural.

Ojala cuando te llegue el momento, dentro de muchos años dice tu papi, esto te parezcan batallitas del abuelo tan lejanos como las cuevas de Atapuerca. Mientras tanto, disfruta de esas siestas eternas que son la envidia de un servidor.

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